31.8.09

2001 10 figura [sobre un cuadro de Marcelo Grez]




Estuve mirándola largo rato, anoté los sitios que hurgó en las paredes como un trayecto, las líneas que desbordan siguiéndola arrastraron las marcas de siempre por el uso, los puños mullían los muebles al levantarse, pequeñas mesas de luz bajo las ventanas como un envase abierto con nuestras espaldas atravesadas. Su gesto golpeando antes de perderse –estaba, hacía, entonces-, el agua suspendida como ahorcada / o como si la silueta al pasar le hubiese cortado la piel y los muñones quedaran colgando de las gargantas metálicas.


He estado viéndola por días, buscando los hitos posibles de su movimiento, los puntos sobre los que gravita su negación o abandono; permanece ahora sentada al borde de la tarima, rotas las barandas su espalda se antepone, las puntas de los codos, las rodillas defensivas, y hacia atrás / como lentas sangrando se abrieran las fosas a otras habitaciones, dormitorios donde está repetido su gesto, escaleras que sirvan de salida a esa azotea.


Cubriendo el vidrio de una de las láminas de la ventana, decidí esperarla, en la hoja fija del par de esas ventanas que contienen como una cruz disecta; cuando abro la otra lámina, la luz que da por arriba y ese lado del cuadro realza la sombra en medio, como la atadura de un antes y un después desplazado desde el sitio que encuentro para verla, su espalda y el agua que oxidó el muro como único presente plausible cada vez: un circuito que derruyera los materiales hasta la pausa o suspensión de su quebradura.


Debe confiarse de antemano –debe sostenerse la creencia- que su cara está igualmente cortada, que su cuerpo está adentro y no saldrá inclusive después del último derrumbe, que cada indicio corresponde al recogimiento de su retrato amatorio, que permanece afuera y esta ventana es sólo una manera para detenerla, en la dirección que el ojo cava por calzar con su deseo.



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